Mañana se celebra la festividad de San Antón Abad. Miles de personas saldrán con sus mascotas para recibir una bendición que, valdrá o no valdrá, pero ayudará a quien crea, a estar más tranquilo y ver más lejana la partida de su queridos animales.
Hoy hace un mes justo de la maravillosa presentación de mi nuevo libro El Cascabel en la Bolsa de Barcelona. Estoy muy feliz porque ya me están empezando a llegar las primeras críticas del libro, y he de decir, con un orgullo enorme, que todas son muy buenas. Yo tenía miedo que no gustara tanto como Maià y Capi, pero, afortunadamente hay casi una petición unánime que me hace sonreír porque, por ahora, no entra dentro de mis planes: ¿Para cuándo la tercera parte????
Gracias a mis dos libros, tanto Maià, como Capi como Wendy, están ya en cientos de hogares, en bibliotecas y en el corazón de muchísimas personas.
Quiero hacer mi modesto homenaje a todas esas otras mascotas, esas queridas mascotas, que han formado parte de mi vida y que únicamente están en mi profundo recuerdo y en el de mis personas mas cercanas.
Quiero, que igual que Maià y Capi, todos tengan la oportunidad de “aparecer” en algo, hoy en día, ya imprescindible. Quiero que “mis niños” también giren en este mundo mágico de las redes sociales.
Hay algunas mascotas de las que no tengo fotos porque no se les hicieron, porque entonces (hablamos de hace muuuuuchos años) las fotos se dejaban para las personas o porque sencillamente se han perdido.
Nunca se me olvidará un monito que trajeron de Barcelona y al que entre todos cometieron el error de darle demasiado de comer. Su pérdida supuso para mí el despertar a la crudeza de la vida. Hasta ese momento yo creía que mi abuelo lo podía todo. Era mágico. Aquel día, cuando me dijeron que el monito había muerto, yo estaba segura que mi abuelo vendría, lo curaría y resucitaría. Estaba tan convencida que cuando me di cuenta que no, se me cayó la venda de los ojos y desgraciadamente vi lo que mi abuelo era realmente: un humano.
El último perro que tuvimos antes de venirnos mi madre, mi hermana y yo a vivir a Barcelona, fue Pikolin, un perro quizás con una historia tan negra como su pelaje. Mis primeros pasos como adolescente, con todas las hormonas revolucionadas,posiblemente me impidieron disfrutar de él, o al menos tratar de comprender su, a veces, extraño comportamiento.
Los primeros perros que tuvimos en Barcelona, fueron : Leo un maravilloso chiguagua, pero que se lo vendieron a mi madre en una famosa tienda de animales de la calle Fernando, enfermo. Luego vino una preciosa pastora alemana (Aida) y un increíble setter ingles blanco como la leche, con los ojos azules y un poco loquillo. Perros demasiado grandes para nuestro pequeño piso y que mi madre los dio a personas que los cuidaron muy bien.
Y después fueron llegando nuestros peques. La mayoría comprados (antes no había esta mentalidad de las Protectoras)
El rey fue el Nino. Curiosamente los dos perros que mas marcaron a mi madre y con cuya desaparición se fue un poquito de su vida, se llamaron Nino y Nina.
Blacky, maravilloso caniche negro, cariñoso y elegante con quien participé en un concurso canino. El único de mi vida.
Con la Rumba, espectacular yorkshire , cuyo carácter era tan bello como ella, tuvo un affaire , del cual nació Samba. Dicen que (como en aquella canción de Victor Manual “Solo pienso en ti”) se cayó al nacer de la cama y el golpe que recibió la hizo ser… diferente. Pero fue una perrita maravillosa, divertida y adorada.
Luego llegó Yago (el amor de mi hermana) Un ….. cocker con carácter. ¿Será cierto eso de que todos los los cockers están un poco loquitos?.
Y…Rufo, San Rufo, sin duda el perro, para mí, más bueno y noble que he tenido nunca (con permiso de Capi). Un maravilloso ejemplar de caniche gigante. De color marrón y con unos ojitos de color caramelo que te miraban siempre con bondad.. Fue quien mas vivió. ¡Ay mi Rufito!
No me acuerdo si Thais la compró o se la regalaron. Era una caniche de color canoso, buena como el pan. También tuvo su historia con Blacky (era un don Juan) y de allí nacieron unos preciosos cachorros que convirtieron mi casa por unos meses en una auténtica locura. El terrible incendio en 1986 que prácticamente arrasó Montserrat y que llenó de ceniza el aire de Barcelona, junto con el insoportable calor de esas fechas, agotaron su corazón.
Otra preciosa yorkshire, Pati, que casi cabía en la mano, vino a unirse a toda la troupe.
Y después de unos años, llegó ella…. Si yo siempre digo que Maià es la reina, Nina fue la emperatriz. Tenia clase hasta para bostezar. Blanca, siempre bien cuidada y bien peinada. Tierna, adorable, con un punto de timidez y profesando un amor incondicional hacia mi madre que la hizo única.
Un dia cuando ambas paseaban por la calle, al cruzar la carretera para entrar en casa, medio atropellaron a un perro que vino hacia ellas buscando compañía, y claro…. ¡a casa con él! Fue el más operístico de todos….¡Verdi! Era más mayor que Nina y le enseñó muchas cosas de la vida.
¿Qué es lo más injusto de las mascotas? Que vivan tan pocos años. ¿Por qué las personas que queremos tanto a los animales, tenemos que pasar por tantos momentos terribles y desoladores? ¿Por qué tenemos que sufrir, una y otra vez, esas despedidas tan traumáticas?
De Maià y Capi no voy a hacer más propaganda…. ¿O si? Yo creo que todos vosotros ya los conocéis muy bien.
Capi se fue con Wendy a jugar con todos los que les habían precedido, y a contarles las novedades de cómo habíamos ido envejeciendo. ¡Qué malos!
No quiero acabar este humilde homenaje sin nombrar a un ser, pequeño, muy pequeño, que el año pasado me dió una de mis mayores y alegrías y sin duda uno de los mayores disgustos.
No le puse nombre, quizás no me dio tiempo, pero yo le decía Paixariño. Me lo encontré paseando con Maià una mañana de julio, el mismo día que enviaba El Cascabel a la Editorial. Se había caído de su nido y me lo llevé a casa. Como tenía que ir a trabajar, cogí una caja de zapatos, un poco de leche y un bollo de pan y me metí con él en los ferrocarriles. Durante nos días fue el niño mimado de la Bolsa. Todos los compañeros se turnaban para darle le comer y cuidarlo.
Después de una semana, hecho ya todo un mozo, hice la prueba de soltarlo en casa para ver si sabia volar, con el pensamiento de dejarlo en libertad, y allí comenzó su gran aventura, y la mia. Al principio tímidamente, pero después con toda la osadía del mundo, fue volando y metiéndose por todos los rincones de la casa, acabando siempre depositándose encima de mi hombro o del escote de mi veraniego vestido. Le compré una enorme jaula donde lo dejaba mientras me iba a comprar.
A los dos días de estar en casa, un domingo, por la mañana se divirtió volando de aquí para allá, no dejándome casi mi barrer el suelo . Luego se paseó con todo su descaro por el teclado del ordenador, observándome mientras escribía. Me fui a comer fuera, lo dejé en su gran jaula durmiendo y cuando volví a las pocas horas…. su pequeña alma había volado hacia un cielo de libertad. Lo siento paixariño, no supe hacerlo mejor.
A él y a todos los que han compartido su vida conmigo, el agradecimiento mas grande. Y como dije en la publicación de mi mami cuando fue su cumpleaños, no es que ya no estén, es que se han adelantado y seguro que cuando “pase al otro lado”, nos encontraremos todos, pero ya sin jaulas, sin collares, sin miedos y con toda una eternidad por delante para disfrutar.
Que bonitos y emotivos recuerdos Alícia, no me extraña que cada vez te hagas más grande, tienes que acomodarlos a todos.
Te imaginas una historia con todos ellos?…..yo ya lo hago…quizás te inspires y sea una realidad. Un beso y a seguir asi 🙂
¡Qué lindo relato Alicia!. Lleno de sentimiento del bueno que te hace saltar alguna lagrimita. Leerte es vivir. Un beso y sigue emocionándonos!