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¿Quién eres tú?

  El sábado pasado por la noche, pensé bajar a Nina un poco antes  porque estaba muy cansada. Justo cuando me iba a levantar del sofá, un estruendoso petardo hizo que Nina saliera corriendo de la habitación, y se pusiera a mi lado mirándome con ojos aterrorizados (ya estoy temiendo san Juan). En aquel momento me acordé que estaba jugando el Real Madrid la final de la Champions. No sabía si el petardo era porque había ganado o perdido (hay gustos para todos). Encendí la televisión y vi que todavía seguían jugando, y que iban 2 a 1 ganando el Madrid. Obviamente decidí esperar hasta que acabara el partido, porque si me pilla otro petardo en la calle, los 40 kilos de una Nina espantada, me hubieran tirado al suelo.

Casi a las doce de la noche me decidí a bajarla. Lo hizo asustada y tirando muchísimo. Pasamos por un sitio donde hay un pequeño trozo de jardín, rodeado de una muralla bajita.

A pesar de ser tan tarde, había todavía muchos niños por la calle. Era sábado, hacía una agradable temperatura, y estábamos en pre-fiestas de Cornellà, ya que ayer fue la Festa Major, y llevamos una semana de actividades.

¿Por qué os cuento estos detalles que podéis pensar que son banales? Pues porque  son importantes en la historia que os quiero contar, y que me dejó muy tocada emocionalmente.

En esta especie de muralla bajita, estaba apoyada una señora. Miraba a los niños que todavía estaban jugando, ya de retirada con sus padres, y en un principio pensé que estaba controlando a algún hijo suyo. De toda formas me extrañó su comportamiento y su indumentaria. Iba con un vestido negro, demasiado de vestir para la ocasión. Al pasar por su lado me di cuenta que era mucho más joven de lo que creía. Su aspecto era un poco entre agitanado y sud-americano. De piel muy morena, y con el pelo largo y ondulado, de color negro azabache precioso. Era bajita pero muy voluminosa. El vestido, demasiado ceñido, no tenía mangas y dejaba al descubierto unos gruesos brazos.

Al cabo de unos minutos, después de que Nina hiciera sus cosas a todo correr, porque seguía muy asustada, volví a pasar por el mismo sitio.

Ya no había niños, pero la chica seguía en la pequeña muralla, que le llegaba un poco más abajo del pecho. Ahora ya no estaba simplemente apoyada en ella, si no con sus gruesos brazos encima de las piedras, ocultando su cara entre ellos, mientras claramente vi que sollozaba.

No pude pasar de largo, sin al menos preguntarle qué le ocurría.

Curiosamente Nina, que seguía tirando desaforadamente para casa, cuando me paré con la chica, dejó de tirar. Se quedó quieta a mi lado (yo creo que también impresionada con la escena).

Tras repetirle un par de veces qué le ocurría, medio volvió la cara. Era una mujer muy guapa; con unos ojos impresionantes, que se iban deformando por las manchas que le producía la pintura que se le iba corriendo.

Entre sollozos exclamó: “Me quiero morir. Me quiero morir”.

Iba cogida a un bolso grande y viejo, y noté que cada vez le quedaban menos fuerzas. Le acaricié un brazo, cuya piel era tersa y fría, y le dije si quería que avisara a alguien. La policía en Cornellà está siempre rondando las calles, y ante una llamada acuden rápidamente.

No me contestó; solo lloraba y lloraba, desesperada, mientras repetía que se quería morir. Al final, viendo mi interés, me miró y me dijo:

-Mis hijos.

-¿Qué les pasa? -le pregunté pensando que estaban enfermos.

-Se los ha llevado a Marruecos – me respondió mientras negaba una y otra vez con la cabeza-. Se los ha llevado a Marruecos -repitió a punto ya de caer al suelo.

-¿Quién se los ha llevado? -quise saber, aunque me imaginaba la respuesta. Pero era por seguir la conversación con ella e intentar que se calmara.

-Su padre. Se los ha llevado a Marruecos. Me quiero morir.

En un momento se fue yendo para abajo y yo intenté que no se cayera, pero era un peso muerto y me fue imposible sujetarla. Se quedó tendida en el suelo, y tuve que bajarle enseguida el vestido porque se le veía la ropa interior. Miré a mi alrededor buscando ayuda, y en aquel momento, llegó una furgoneta de la que bajó un hombre.

-Pero fulatina (no me acuerdo que nombre dijo), ¿otra vez igual? Vamos, levántate que te llevo a tu casa.

Le pregunté si la conocía, aunque era obvio, y no me contestó. Estaba demasiado atareado en intentar levantarla del suelo.

Ella seguía llorando y gritando: “Mis hijos. Mis hijos”.

-Sí, sí, venga – le dijo el hombre para que se callara-. Pero ahora te llevo a tu casa. Venga…

Y con un titánico esfuerzo, la levantó.

Me quedé un momento más para ver si ella quería o no entrar en la furgoneta con el hombre. Vi que le apoyaba la cabeza en su hombro, y que iba voluntariamente.

Cuando ya me marchaba con Nina, escuché que me llamaban.

-Señora, señora.

Me volví pensado que querrían pedirme algo.

La chica, con la cara llena de manchurrones de rímel, esbozó lo que podría ser una pequeña sonrisa y me dijo:

-Gracias por preocuparse por mí.

Y el señor la metió en la furgoneta; pasaron por mi lado, y desaparecieron.
A veces me dicen que cómo puedo tener tanta imaginación. La vida es la mayor de las novelas.

Me fui a casa muy impresionada y con un montón de preguntas rondándome la cabeza. ¿Quién era aquella mujer? ¿Realmente sus hijos estaban en Marruecos con su padre? ¿Por qué no estaba con ellos? ¿Quién era el hombre de la furgoneta, que tan bien parecía conocerla? ¿Qué drama se escondía, de verdad, detrás de aquellas desesperadas lágrimas? ¿Que sabemos los unos de los otros?

Cada vez vivimos rodeados de más personas, y cada vez estamos rodeados de más desconocidos. Y lo peor de todo, es que no tenemos ni la curiosidad, ni mucho menos la caridad de querer conocerlos. Que nadie nos haga salir de nuestra zona de confort; de nuestra madriguera. Que nadie nos moleste con sus problemas, porque eso supondrá tener que dejar de pensar en los nuestros.

No he vuelto a ver a aquella mujer, pero ojalá un día lo haga viéndola feliz, y llevando de la mano a sus pequeños.

Un beso amigos.

2 comentarios en “¿Quién eres tú?

  • La vida es una novela, pero normalmente es de las duras y que no sabes nunca el final, Menos mal Alicia que está señora te encontró a ti, por lo menos, pasó un rato agradable, siempre te recordará.

    Creo que tú te equivocase de profesión, pero menos mal, así pude conocerte, muchas gracias por todo lo que aportas. Un beso grande y espero verte pronto.

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