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Mis recuerdos con Montserrat Caballé

Hay una famosa frase que dice: Dios te libre del día de las alabanzas.

Efectivamente, cuando de repente te conviertes en la mejor persona del mundo; la más simpática; la más inteligente; la más…. Cuando todos comienzan a hablar maravillas de ti…¡Malo! Ya no estás entre los vivos.

Sin embargo, las grandes frases también tienen sus excepciones, y hoy es uno de esos días en que se cumple.

Hoy, absolutamente todas las cadenas de televisión, las emisoras de radio, los periódicos digitales, y los ciudadanos de a pie,  alaban la irrepetible voz y personalidad, de una de las mayores artistas que ha tenido la música, y en especial la ópera.

A estas alturas nadie va a descubrir a Montserrat Caballé. Todo está dicho. Todo está escuchado.

Sabía que estaba muy delicada de salud. Su vida ha sido un ir jugando con ella, y un ir venciendo todos los obstáculos que le iba poniendo en su camino. “La Caballé” ha sido una mujer que si habría que unirla a una palabra sería: luchadora.

¡Tengo tantos recuerdos de ella! ¡Han sido tantas las tardes y noches en que he salido entusiasmada del Liceo, después de vivir el éxito de sus funciones!

Ahora me doy cuenta de la suerte que he tenido. Yo pertenezco a esa generación que ha vivido de cerca a los grandes divos de la ópera. Yo he podido ser testigo de noches inolvidables de Caballé, Plácido Domingo, Josep Carreras, Jaume Aragall, Alfredo Kraus,  o hasta, por una sola vez, Luciano Pavarotti.

El pleno apogeo de Montserrat Caballé me pilló en mi época de estudiante de canto. En esa época en que iba prácticamente cada día al Liceo. Todas las funciones tenían su encanto, pero el día que cantaba “la Caballé” todo se teñía de otro color.

El ambiente dentro y fuera del escenario; dentro y fuera del teatro, era diferente. Había una excitación y una emoción contenida que cortaba hasta la respiración.

A Montserrat Caballé me unen tres tipos de recuerdos. Las óperas en que la disfruté desde la butaca del teatro, como Norma, Andrea Chenier, Tosca, Salomé o Turandot.

Las operas que “viví” a su lado, cuando tuve la suerte de salir de figurante, como en Aída (la mítica con Plácido Domingo). Y sobre todo el recuerdo de la audición privada que me hizo en su casa, gracias a un gran amigo común.

No se me olvidará jamás los nervios que yo llevaba, su cariñoso recibimiento, su sencillez, y ese ambiente que se respiraba en su casa. Su estudio tenía toda la magia de un teatro.

Le llevé como agradecimiento a su enorme deferencia, un perrito de peluche que le encantó, y que al cabo  de unos años vi en un reportaje que le hicieron en una revista. No sé si seguirá en su casa; si habrá sido mudo testigo del paso de los años, y de la última representación en la vida de una de las mujeres más grandes de la música. Una mujer que llevó por todo el mundo, y con enorme orgullo, su nacionalidad catalana, sin dejar de ser universal.

Me imagino a Pavarotti preparándole unos buenos espaguetis para recibirla. ¡Vaya dúos que harán a partir de ahora!

Gracias señora Caballé por haber formado parte de mi vida.

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