Esta mañana iba a recoger a Blau a la peluquería donde lo había llevado para que lo lavaran y lo pusieran guapo. Algo que yo podría haber hecho, dado su tamaño y su pelito corto, pero no he querido por no jorobarme la espalda. Total, he pensado, por 18 euros…
Cuando estaba punto de llegar, en la esquina, he visto ya de lejos, como un señor que claramente podría “etiquetar” de pobre, se iba agachando al suelo una y otra vez. Era delgado, muy delgado. Su piel lucía ese moreno de calle, curtida por miles de horas al sol. Llevaba una barba descuidada, que se iba acomodando a su cara, a medida que iba creciendo.
Al acercarme he visto, con estupor, que lo que estaba recogiendo del suelo eran colillas a medio consumir. Automáticamente la imagen del coronavirus se me ha aparecido ante los ojos. ¿Qué bocas habrían chupado antes esas boquillas? ¿Cómo era posible que ese a señor no le importara nada contagiarse? ¿No tenía ni para una cajetilla de tabaco?
En ese mismo instante he pensado en darle algo de dinero para que se comprara una, pero me he acordado que solo había sacado 50 euros de casa para pagar en la peluquería. Si me lo encontrara a la vuelta, cuando me hubieran dado el cambio….
Al pasar por su lado, he visto que se metía en el bolsillo tres colillas y no he podido evitar el recordarle (como si él no lo supiera)
- Son colillas.
El hombre me ha mirado. Por supuesto no llevaba ninguna mascarilla, por lo que yo he retrocedido prudentemente. Por un momento he pensado que directamente no me contestaría, o me diría: “Y a usted que le importa, señora”. Pero no ha sido así. Su mirada se ha iluminado, y su boca, con bastantes pequeñas cuevas en su interior, se ha ampliado en una sonrisa.
- Son para mis plantas. Las meto en la tierra, y es el mejor abono que se les pueda poner. Hace unos meses me encontré en la basura un pequeño rosal, casi un esqueje. Me lo llevé a casa, pensando que se moriría en unos días, le puse dos o tres colillas y, tendría que verlo ahora.
Perdóname, hombre desconocido, por juzgarte simplemente por su apariencia. Perdóname por creerme más que tú, por llevar 50 euros en el bolsillo. Perdóname porque mis plantas a veces se me han muerto, porque “no he tenido tiempo” de ir a comprar abono para ellas.