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La fuerza de voluntad

¡El gimnasio! Se podría escribir un best seller alrededor de todo lo que ocurre en él, y por supuesto de las personas que lo disfrutan, o lo sufren, según cada una.

Yo sigo adelante con mi régimen (ya he perdido 6 kilos). He de reconocer que me encuentro muchísimo mejor que cuando los tenía agarrados como lapas. Me encuentro más ágil y menos entumecida, y ahí me están ayudando mis sesiones de gimnasio.

Sé que podría hacer más; que podría sudar más y que podría subir un punto la intensidad de los ejercicios, pero no quiero tener grabada en mi cabeza la imagen del gimnasio como una sala de torturas, donde solo voy a estar mirando el reloj, a ver cuando se acaba el martirio, si no de un sitio donde me voy a esforzar, voy  sentir que estoy haciendo algo por mi salud, y de donde voy a salir, tras una maravillosa ducha, con la sensación de ir casi flotando por la calle.

Mi gimnasio es municipal, pero es uno de los mejores a los que he ido. Con forma de platillo volante, es amplio, enorme, con unas estupendas instalaciones donde no falta de nada; con unos vestuarios espaciosos y con unas duchas que no saldrías de ellas. 

Tiene una magnífica piscina exterior (solo abierta en verano), y una espectacular piscina interior en donde los ojos de buey que hay en su alta cúpula, dejan pasar los rayos de sol haciendo mil y un juegos de colores con el agua.

El personal es muy competente y allí está mi querida Eva, que aparte de ser mi monitora, es mi dietista.

Pero por supuesto, también los gimnasios tienen sus partes negativas, aunque casi siempre vienen de la mano de las personas.

Ya conocéis lo poquísimo que soporto los ruidos. ¿Por qué hay que gritar tanto en un vestuario? No sé si en el de los hombres ocurre lo mismo, pero en el de las mujeres, sobre todo cuando salen de alguna clase dirigida, las voces pueden llegar a doblar o triplicar los decibelios soportables a un oído normal.

Quiero creer que son las endorfinas que se disparan  después de una potente clase de zumba, y hacen que se olvide por completo el respeto al resto de personas que se visten o se desnudan en ese vestuario, y a las que les importa un pito donde estuvo ayer por la noche aquella señora, o lo que va a hacer hoy para comer su amiga.

¿Y los pelos? ¡No puedo con ellos! Mejor dicho, no puedo con ellas. Es algo que me revuelve el estómago.

Yo solo pregunto, ¿en sus casas hacen lo mismo? ¿Son igual de cerdas? ¿Se peinan y los dejan en el suelo, o los recogen del peine y los tiran a la basura? ¡En fin guerra perdida.  Y no es porque este sea un gimnasio municipal. He estado en algún gimnasio de esos selectos, incluso en uno en el que, en su época, solo estaban señoritas, y pasaba lo mismo. Niñas muy monas, muy conjuntadas, desde la cinta hasta los calcetines; muy finas, muy súper mega guays, pero los pelos donde buenamente cayeran. Perdón… los cabellos. No quiero pecar de ordinaria.

Pero me he ido de lo que os quería contar. Si hay algo que me emociona, es ver la fuerza de voluntad de algunas mujeres.

Son muchas las que veo subir la cuesta que conduce al gimnasio, con el típico carrito/mochila que se lleva ahora, en una mano, y la muleta o bastón en la otra.

La  tarifa que elegí fue la de las mañanas (la de las yayas), y quizás por eso estoy viendo casos que me dejan absolutamente impresionada. Pero entre todos ellos hay uno: el de una señora que me han dicho que va cada día. 

Yo creo que tendrá cerca de 80 años. No suele hablar con nadie. Cuando pasó por mi lado, el primer día que la ví en el vestuario, me di cuenta que tenía los ojos, sobretodo uno de ellos, cubiertos por una especie de telilla blanca.

A la hora que yo suelo llegar me la encuentro que vuelve siempre de la piscina. Va con su traje de baño, y la muleta fuertemente  cogida del brazo. Su caminar es muy lento. A veces hasta inseguro. Las piernas las tiene completamente arqueadas. ¡Cuánto habrá tenido que sufrir esta mujer hasta acabar con esta deformación tan tremenda!

Pero ella no se ha rendido, y donde la gran mayoría de personas en su situación, seguramente estarían sentadas en una silla sin moverse de casa, ella se ha agarrado al consejo que algún médico le dio en su momento: “Hay que hacer ejercicio, y lo mejor sería natación” Y como si fuera su salvavidas, sabiendo que eso le ayudará a seguir llevando una vida medianamente normal, o al menos, alejar el momento en que ya no pueda tenerla, día tras día, con el enorme esfuerzo que debe costarle (hay días en que nos cuesta a todos), coge su carrito/mochila, su muleta y…¡al gimnasio!

Chapeau por ella y por muchas como ella, que no se dejan vencer ante las adversidades, y luchan contra el tiempo, y contra sus propios cuerpos, que se empeñan en meterlas en una prisión a la que no están dispuestas a encerrarse.

Son ejemplos de que la vida es solo una, y hay que exprimirla hasta que no quede ni una gota. Son ejemplos de que la vida es una carrera constante de obstáculos, y tenemos que aprender a ir saltándolos. Son ejemplos de que la fuerza de voluntad es el arma mas poderosa que tenemos, y nosotros mismos somos quien más podemos ayudarnos.

Gracias a todas estas mujeres que, con su carrito/mochila, nos dan una lección diaria de que en la vida solo hay un lema que valga: ¡Adelante!

Un pensamiento en “La fuerza de voluntad

  • Primero de todo, me alegro que finalmente hayas vuelto a apuntarte al gimnasio y al régimen saludable de comida, dicho esto, realmente el caso que explicas de esta persona demuestra sus ganas de mejorar su calidad de vida, porque sin conocer el caso, imagino que esos ejercicios o simplemente la piscina la ayudarán a tener una mejor calidad de vida. Se pueden sacar algunas conclusiones, yo elijo una, “en la vida todo es esfuerzo, sin el no hay vida”.

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