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José María Íñigo, la voz de nuestros recuerdos

  Hay personas que aunque nunca las hayas conocido personalmente, forman parte de tu vida.

Personas que marcan. Personas que brillan por encima de las demás. Personas que, por ser diferentes, por darle un aire nuevo a la forma de ver y vivir la vida, pasan a engrosar el selecto club de la historia.

Yo sigo desde hace muchos años el programa de radio nacional de España: “No es un día cualquiera”. Desde aquellos fines de semana en que cogía el autobús para ir al lado de mi madre, y me hacían más llevadero el durísimo trayecto que me conducía a estar con la persona más querida, sin saber si aquel día me reconocería.

Cuando esta mañana he encendido la radio, y he escuchado el final de la sección de lectura de la prensa, por el singular periodista italiano Josto Maffeo, despidiéndose con esta frase: “Quiero renovar mi abrazo a Pilar y a toda la familia de José María”, me ha dado un vuelco el corazón.

Hacía varias semanas que en sus habituales secciones lo estaban sustituyendo sin dar, lógicamente, ninguna pista, e incluso dirigiéndose a él continuamente animándole a volver. Ahí estaba la profesionalidad y humanidad de un equipo que lo adoraba.

Jose María Íñigo, o “Iñígo”, como decíamos antes cuando millones de españoles estábamos pendientes de él, formará siempre parte de la historia de la radio, de la televisión y sobretodo de nosotros.

Dicen que era un hombre serio, aunque con sentido del humor, bastante cascarrabias, y ante todo muy exigente con todo lo que hacía. Un hombre conocido también por su afición al buen comer (y quien no), a los viajes, a la música y a la escritura. Un hombre emprendedor, valiente, luchador y curioso.  Un hombre cuyo variopinto currículum, llenaría páginas y páginas. Había sido, sin duda, el mejor presentador y comunicador de los años 70  y 80, y para la nueva hornada, posiblemente, lo único interesante de escuchar en muchos festivales de Eurovisión.

De su carácter había dos cosas que me hacían mucha gracia porque le entendía perfectamente.

Una era que no soportaba que nadie le hablara cuando iba en el coche. A mí el coche me adormece (naturalmente no conduzco). Me entra, al cabo de media hora de estar viajando, ese medio sopor maravilloso que te lleva la cabeza de un lugar a otro del cuello, y que te hace ir perdiendo el sonido, notándolo cada vez más lejano. Por eso, me molesta enormemente tener que compartir ese pequeño habitáculo con alguien que no calla; que tiene que ir comentando todo lo que ve, aunque sea el mojón que indica el kilómetro de la carretera, y que pensando que el silencio es sinónimo de aburrimiento, se ve en la obligación de darle vidilla al trayecto.

La otra cosa que siempre comentaba Íñigo y me sentía identificada, era que no soportaba que gente que no conocía de nada, porque se la acababan de presentar, o sencillamente se presentaba ella sola, le diera la mano.

Y es que estrechar una mano ajena, que generalmente te importa un pepino el resto del cuerpo que la acompaña; una mano que a veces es sudorosa, o pegajosa, o blandengue, es asqueroso.

José María Íñigo se desesperaba sobre todo cuando iba a los restaurantes. Lo primero que hago es ir al lavabo, contaba, y lavarme las manos. Pues cuando voy del camino del lavabo a mi mesa, siempre me tengo que encontrar con alguien que me reconoce, y que eufórico me coge y me aprieta la mano, acompañando el gesto con alguna palmada en el hombro, y encima, quiere que mantenga esta desagradable situación hasta que la persona o personas que le acompañan nos hagan juntos la foto de rigor. Cuando he acabado de hacer el reportaje gráfico, vuelvo al lavabo a lavarme de nuevo las manos, y el súmun llega cuando me  encuentro con otra persona, que también me ha reconocido, o que al ver el revuelo ocasionado, se ha esperado a que saliera del lavabo para “pillarme”. Y ahí es cuando ya me niego a dar la mano a nadie, a sabiendas que voy a quedar como un estúpido maleducado. ¡Lo siento!

Genio y figura; personalidad inconfundible; profesional como la copa de un pino y, por lo que contaban todos, hasta ayer, que es cuando realmente valen los cumplidos, no cuando ya no estás (Dios nos libre del día de las alabanzas), extraordinario esposo, padre y compañero.

Que descanse en la paz del final del sufrimiento humano, y que disfrute de todo lo que seguro nos espera, una vez cerramos una etapa más de nuestra existencia.

Gracias por lo miles de recuerdos que me acompañarán siempre.

3 comentarios en “José María Íñigo, la voz de nuestros recuerdos

  • La vida es un lugar de paso, nada es eterno, y hay que luchar para ser feliz y hacer feliz, y creo que este señor lo ha hecho, dentro de lo que se conoce de su vida pública, siempre recordaremos su gran bigote y su peculiar voz.

    Muchas gracias por todo lo que nos has aportado y descansa en paz.

    Un beso muy grande y en especial a las mamis.

  • Un recuerdo para un gran presentador, una gran voz, gran personalidad y según dicen todos una gran persona. Recuerdo su voz encantadora sus ojos y sobre todo su bigote, Eurovisión valía la pena solo por oirle, siempre me pareció muy natural y humano. Descanse en paz y que sepas que nos has dejado muchos buenos recuerdos. ?

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