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Ignacio Encinas, Mi duque de Mantua: A por la Voz senior

Hace un mes me iba a la cama; eran las once y media pasadas y, como siempre, en mi móvil sonaba música relajante, a través de Youtube. De repente el sonido cambió, y me sobresaltó el timbre de una llamada; sobresalto que fue en aumento cuando comprobé que quien estaba al otro lado del hilo telefónico era mi hermana. Ya nos habíamos despedido como cada día con nuestro mensaje de: “Felices sueños”. ¿Qué le pasaba? Casi que no me dejó descolgar: 

-Pon la tele, está Ignacio Encinas en la Voz Senior. Acaba de cantar “Torna surriento”, y se han girado tres coaches.

Para quien no esté al corriente de estos programas, más que nada porque solo vea películas en VO; series inglesas, y los documentales de la 2 ¿¿¿???  «La Voz» es un concurso para cantantes en donde los coaches (jurado) se encuentran de espaldas, y solamente se giran cuando la voz que han escuchado les gusta. A partir de ahí se crean los equipos que después harán competiciones entre ellos hasta una gran final, donde les espera, entre otros premios, el reconocimiento de millones de tele-espectadores.

Hay tres tipos de programas: La Voz; la Voz Kids (solo para niños), y este año por primera vez, la Voz Senior para mayores de 60 años (me podría haber presentado yo).

Bien, ya estamos todos puestos al corriente. Encendí la tele y tras los anuncios continuaron con el programa. Y allí estaba él: Ignacio, emocionado ante un jurado que se había quedado con la boca abierta al escucharlo. Miles de recuerdos empezaron a salir disparados de mi cabeza.

Ignacio Encinas es un extraordinario tenor, con un auténtico carrerón a sus espaldas, que ha cantado en los mejores teatros, y que posee una de las voces más increíbles que he escuchado en mi vida.

Ignacio es el tenor, por excelencia. El tenor con mayúsculas. Cumple todos los requisitos: voz cálida, fraseo, elegancia, agudos brillantes y una personalidad arrolladora.

Allá por los años ochenta, coincidimos los dos con la misma profesora de canto: Carmen Bracons, y su esposo el doctor Josep Maria Colomer, médico del Liceo; comentarista radiofónico de ópera, y una verdadera personalidad en el mundo operístico de Barcelona.

En aquella casa de la calle Aragón, donde podían desfilar en unas horas las mejore voces líricas del momento, llegué a pasar las tardes más inolvidables de mi vida. Hechizada por las voces de auténticos divos que iban a ensayar los papales que después cantarían, ya no solo en el Liceo, si no en la Scala de Milan, o el Metropolita de Nueva York.   

Pues bien, en aquella casa fue donde tuve la oportunidad de preparar mi debut. Iba a ser con el papel de Maddalena de la ópera Rigoletto, de Verdi, en una versión concierto que se haría en Radio Nacional de España. Uno de los mejores momentos de esta ópera (dejando a parte la archiconocida “Donna e mobile») es su famoso «cuarteto» cuyos personajes: El Duque de Mantua; Maddalena, la prostituta; Gilda la virginal protagonista, y su padre Rigoletto,  el bufón de la corte, expresan cada uno de ellos sus sentimientos en una sublime armonía.

Para mi debut con esta ópera, tuve la enorme suerte de tener a mi lado a Ignacio Encinas, como un espléndido Duque de Mantua. Recuerdo los ensayos y las representaciones como si las estuviera viviendo ahora mismo. Con todos mis miedos e inseguridades, pero con la emoción que representaba cantar con una voz como la suya a mi lado. Ignacio siempre atento, siempre profesional y siempre contagiando su buen humor.

Ignacio es, ante todo, un amigo de sus amigos; muy querido y respetado por sus colegas de profesión, y que siempre tiene esa palabra  de alabanza hacia los demás, que tanta falta hace a veces.

Antes decía lo del tenor por excelencia, pero no quería referirme a esa parte de «divismo» que a algunos caracteriza, si no a esa parte de punto de locura que convierte a los tenores en una especie diferente. Los tenores son los grandes amados por el público. Generalmente son los chicos guapos, buenos, valientes, enamorados y románticos que casi siempre son correspondidos en sus amores,  por los que lucharán con valentía, y hasta con heroicidad.

Sí, una bella voz de tenor es capaz de acariciar el alma, y a la vez, de despertar las más recónditas emociones.

Volviendo al querido tenor que nos ocupa, nunca se me olvidará una noche en que las paredes de un parking estuvieron a punto de venirse abajo.

Creo que habíamos salido de asistir a un concierto, junto con otros compañeros. Entre ellos estaba mi adorado y jamás olvidado Ramón Gauchía, otro loco tenor. Bajamos a un conocido parking para coger los coches y, como buenos tenores, Ignacio y él se pusieron a hablar de algún aria en concreto. “Que si  yo esta frase la canto así… Que si yo respiro antes de esta estrofa… Que si el agudo hay que cogerlo…” Acabaron los dos cantando el final del aria y, por supuesto, exhibiendo en todo su esplendor el famoso agudo, a ver quien lo daba con más potencia y manteniéndolo más tiempo . Creo que quien entre, hoy en día,  en ese parking, tendrá la extraña sensación de que “alguien” está cantando.

Ignacio Encinas forma parte de una etapa de mi vida que nunca olvidaré.

El miércoles que viene  es la final del concurso. Naturalmente deseo de todo corazón que sea él quien salga victorioso porque se lo merece; porque tiene una voz privilegiada (todavía a sus 71 años); porque es un artista humilde, a pesar de llevar millones de aplausos en su mochila, y porque ha tenido la valentía de presentarse ante las cámaras y decir: “Señores, aquí estoy”.  

Me encantaría que para la gran final Ignacio cantara su aria estrella: Nessun Dorma. Pero si no es así, estoy convencida que, cante lo que cante, nos hará vibrar a todos. Como con esta extraordinaria grabación que sirve de colofón para la publicación de hoy, escrita desde el cariño y la admiración.

Un abrazo.

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