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El viejo Oeste ha vuelto a los supermercados

Hace unos meses hice una publicación, muy celebrada por cierto, en la que hablaba de la absurda competitividad en todo, que nos aumenta el grado de imbecilidad a niveles que rallan el patetismo. Competitividad por ser los primeros, en lo que sea. Pero si hay un sitio en especial donde se desatan nuestros  peores “yos”, nuestra parte animal y salvaje, donde damos rienda suelta a ese espíritu apisonador de la supervivencia… es en las colas, y liderando el ranking: ¡Las colas en los supermercados!

La primera cola con la que te «enfrentas», es la de la báscula de la frutería. Tú que vas con tus tomates, intentando memorizar la tecla que tienes que marcar, para no tener que volver a ponerte delante del cartel que te lo indica (siempre con la duda de si realmente la tecla 44 era la de los tomates en rama o la de los tomates pera), justo cuando te quedan unos centímetros para llegar a ella…. ¡Zas! se te cuela un señor acompañado de su señora con cuatro bolsas. Miras desesperado a ver si encuentras otra báscula, pero la que hay en la otra punta de la sección de frutería, tiene tres personas esperando. ¡Bien empezamos!

Te colocas detrás de la tranquila pareja, y a medida que van colocando, muy lentamente eso sí, cada bolsa encima de la báscula, que el señor se quita las gafas porque no ve bien de cerca la tecla que tiene que tocar, que su señora le dice que no es la 23 si no la 24, que levanta la bolsa para asegurarse que la 24 es la de las mandarinas, que vuelve a colocar la bolsa y se decide finalmente a marcar la tecla apropiada, tú vas resoplando, moviendo el pie nerviosamente y hasta lanzando por lo bajini algún comentario del tipo de: “¡Madre mía…..! ¡Qué barbaridad….! ¡Para cuatro mandarinas…..!».

La segunda cola es la de la pescadería. Te acercas al dispensador de números (generalmente sacas dos en vez de uno, porque se han quedado pegados), y cuando lo tienes en la mano, lo miras, miras el panel que tiene la pescadera colgando encima de su cabeza, vuelves a mirarlo y dices desconcertado:¡el 76! y ¿van por el 61….? ¡No puede ser, si son 15 números y aquí no hay más que cinco personas! Se han debido ir. ¡Qué bien!, así enseguida me toca. ¡Ay iluso!    Y como por arte de magia, van apareciendo por los pasillos, cual jinetes del Apocalipsis, los diez que faltaban  (sí, ya se que eran solo cuatro, pero aquí van acompañados).

Y los observas con odio mientras piensas: “No se te caerá la estantería de pepinillos, aceitunas y cebollitas en vinagre encima…..” Y vuelves a resoplar, y vuelves a machacarte el pie contra el suelo. 

Y cuando ya por fin te llega tu turno, cuando ya vas a gritar a los cuatro vientos: “Quiero una merluza: la mitad en rodajas, la otra mitad en filetes y la cabeza se la queda que a mí me da yuyu como me mira…” la pescadera le pregunta al que iba delante: ¿Quiere perejil?  ¡Sí, para los loros!

Y por fín…¡el auténtico duelo! El momento crítico. El momento decisivo. El momento en que se te hiela la sangre y el aire se puede cortar con un cuchillo. El momento en el que te juegas tu credibilidad como súper woman/men. El momento de la verdad: la cola para pagar.

Oteas el horizonte de un lado a otro; estudias, calculas y hasta intentas adivinar qué ha desayunado cada cajera, para ponerte en la cola “más rápida”, pero cuando estás en ella, te das cuenta que el cliente de la cola de la derecha, que ha llegado prácticamente a la vez que tú, está avanzando más….¡No, no, no!  

Para tu total exasperación, la señora que va delante de ti comienza a depositar, con toda la calma del mundo, sus compras en la barra corredera. Pero bueno…. ¿no puedo coger los productos de tres en tres en vez de uno en uno? ¡Señora, que es para hoy!

Y te vas poniendo nervioso, pensando que quizás (solo quizás), te hayas equivocado al elegir esa cola. Tú que tenías siete carriles, te has ido a poner en el de los lentos. Pero entonces, una satisfacción comienza a subirte por el estómago proveniente de tus zonas bajas, y una medio sonrisa se va colocando en tu cara sin que hagas el más mínimo esfuerzo por disimularla. La señora de los productos de uno en uno ya está acabando y tú ya vas colocando rápidamente los tuyos, medio tirando el cartel separador de “Próximo cliente”. ¡Sííííí, la cajera ya está por ti! Ya te ha dicho un mecánico “buenos días/tardes” y te ha preguntado, más mecánicamente todavía, si quieres una bolsa, cosa que, si hubiera tenido simplemente el detalle de ver tu enorme carro a rebosar, ya habría imaginado que ni dejando sin existencias la Fábrica de Bolsas de Plástico S.A., tendrías bastante.

Es entonces cuando lanzas una mirada al cliente de la cola de la derecha, que te la devuelve con odio porque la suya, se ha detenido: El datáfono se ha bloqueado. ¡Ja,ja,jaaaaaaaaaaaa! 

Y por fin, cuando metes tu tarjeta, marcas el número secreto (a la vista de todos) y recibes ese maravilloso mensaje de “PIN Correcto”, coges tu carro triunfalmente (mirando por última vez al cliente de la cola de la derecha, totalmente derrotado), y moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro, como diciendo: “Pobre tonto, si la mejor cola era esta….”, te vas hacia la puerta que te conducirá al parking, en medio de un placer imposible de igualar, ni con la mejor de tus amantes (cosa difícil porque no tienes ninguna, pero vaya, eso es algo sin importancia).

Esta hazaña increíble, si encima vas acompañado, alcanza niveles de éxtasis inimaginables. Miras a tu “parienta” y esperas esa frase que te llevará al mega orgasmo más absoluto: “Cariño, que ojo tienes. Da gusto ir contigo al súper, siempre te pones en la cola que va más deprisa. ¡Eres único, mi amooooooorrrrr!” (En realidad ella está pensando: que cara de imbécil se le ha puesto por ganar dos minutos).

6 comentarios en “El viejo Oeste ha vuelto a los supermercados

  • Qué maravilla, cómo escribes!! Espero con ansia el sábado por la tarde para devorar tu publicación. Muy divertido…ahora me tono la vida con más calma y ya no me afectan tanto estas situaciones pero así y todo recuerdo una anécdota reciente que la calificaría de kafkiana.
    Estaba en el CAP en recepción un día por la tarde…no había nadie (había hecho incluso un pequeño estudio de mercado para ver las horas de menor afluencia) y estaba todo contento conmigo mismo. No había nada que pudiera entorpecer este pequeño éxito…¿nada?…¡pues sí!, yo mo había contado con la sagacidad y los "recursos" de la funcionaria experta en "el trato al cliente". Me dirijo a ella con una sonrisa y un "muy buenas tardes"…levanta lentamente la vista del crucigrama que estaba haciendo, me mira con cierta cara de hastío (imagino que por la abrupta interrupción o quizás porque el mundo la hizo así) y me suelta tan natural (sin digmarse siquiera a devolverme las buenas tardes) "¿Ha cogido Vd número?". Yo miro a un lado y a otro, me giro (es verdad que, con la edad, me despisto y no veo lo que hay delante mío) y constato que, efectivamente no hay nadie más ni tampoco signos de acercamiento futuro de algún otro ser. Todo inocente le contesto: "pero si estoy sólo, no hay nadie más" y ella me dice: "caballero, hay que coger número siempre, yo sin número no me es posible atenderle"…respiro profundamente (varias veces) para intentar alejar las agradables sensaciones de mandarla a paseo y de paso proponerle unas sugerencias de mejora de su vida sexual con la maquina de los boletos…me desplazo muuuuy lentamente para recoger el número y, cuando estuve razonablemente seguro que mi afilado sistema irónico estaba calmado, volví para reanudar el tema…¡qué obstáculos tan ridículos hay que sortear a veces!.

    Una semana más, gracias por hacerme sonreir. Eres una superwoman!!!. Un beoazo Alicia!!!

  • Ja ja ja , es impresionante como lo has descrito, sencillamente genial!!!! Mientras lo estaba leyendo no he podido menos que sonreir a cada momento y al mismo tiempo imaginar que es eso, precisamente lo que me ocurre a veces cuando voy al supermercado. Un besito y gracias por tu escrito. Disfruta del finde. 🙂

  • Vaya versión más peliculera y real a la vez, que razón tienes, cada día describes mejor las situaciones  de la vida en la que las personas nos encontramos y la convivencia entre nosotros.

    Me has hecho reír, al pensar que en algún momento he pasado por esa situación y es que odio las colas al ir a comprar. Sigue así Alicia, ya mismo obtienes el premio Planeta. Besitos.

  • Tomo nota para hacer una publicación con tu estrambótica anécdota. Es que me imagino su cara…¡y la tuya! A mi me pasa eso y le pongo el "coge-números" de sombrero. Gracias por seguirme una semana más aunque en realidad, no sé quien sigue a quien, porque yo siempre espero tus comentarios. Un beso dominguero

  • Gracias guapísima. Aunque no he querido que fuera una publicación autobiográfica….. se ha notado mucho que me desespero en las colas ¿verdad? Me hace muy feliz arrancar sonrisas. Un beso y feliz domingo

  • Bueno….Planeta, Planeta… me conformo con el premio Satélite, ja,ja,ja. Habra que hacer algun nuevo partido politico que lleve en su campaña: La abolición de las colas. Como a lo mejor que aqui seis meses volvemos a votar, puede que tengamos tiempo de hacerlo. Tú la Presidenta. Un besazo compañera.

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