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Buenos días, señor ministro

El miércoles pasado mi hermana me mandó un whatssap preguntándome si me había enterado de que Màxim Huerta era el nuevo ministro de cultura.

La verdad es que no había escuchado nada, y esta noticia me sorprendió mucho. Ella me lo preguntaba porque, anecdóticamente, Màxim Huerta había estado en Logroño, la víspera de la presentación de mi libro, precisamente en el mismo lugar,  presentando el suyo. ¡Qué cosas! Un poco más, y me hacen ministra a mí.

Qué cara hubiera puesto Màxim Huerta, si en aquella presentación alguien le hubiera dicho. “Justo de aquí un mes, estarás sentado en el sillón del ministro de cultura. Pero no porque le hayas ido a hacer una entrevista, o hayas ido a hablar de la promoción de tu novela, y como gracia te hayas sentado en su sillón. ¡No, no, no! Estarás sentado en su sillón, porque tú serás el nuevo ministro de cultura.

Y cuando sus carcajadas hubieran llegado hasta la mismísima Calle Laurel, provocando que los cientos de riojanos que estaban con la tapa o el rioja en la mano, se quedaran expectantes  pensando, de dónde venían aquellas exageradas risotadas, le hubieran ampliado la información…”Y de deportes”.

Aquí en cuando Màxim Huerta se hubiera caído de la silla de la preciosa librería de Santos Ochoa.

Pues así es la vida, amigos. Sorprendente, loca, disparatada e incontrolable.

A veces tengo la sensación que este tipo de “encargos”  son como una especie de regalos envenenados.

Aún así, estoy segura que miles de personas habrán perdido, pierden y perderán el culo por recibirlos. Parece que la palabra “ministro” lleva implícito la sensación de poder, privilegios, atenciones, y un nivel de vida, normalmente, superior.

¿Quien duda que para ellos siempre habrá una buena butaca en el mejor palco para ver ese espectáculo, del que ya no quedan entradas desde hace meses?

¿O esa mesa en el restaurante de moda, donde hay que reservar casi con un año de antelación?

¿Cuánta gente que hasta ese día los ignoraban, o los trataban con indiferencia, ahora se pondrán, si es preciso, de felpudo para que se limpien los zapatos antes de entrar en sus casas?

Los amigos de verdad los llenarán de felicitaciones y, los amigos de no verdad, intentarán acercarse nuevamente a ellos para darles una palmada en la espalda, que corrobore que siguen siendo íntimos.

Bueno, esto quizás sea más difícil, porque a partir del día en que alguien te marca con el dedo ejecutor y dice: “Tú,  ministro”, se acabó el ir por la calle con los cascos puestos escuchando tu música preferida, o el sentarte con tu “churri” en una terraza a tomarte tranquilamente una horchata. A partir de ese día estarán siempre acompañados, discretamente, por unas personas cuyo único objetivo en la vida, será el protegerlos de las falsas palmadas en la espalda.

Y yo me pregunto ¿qué hace un ministro cuando llega a su ministerio?

De entrada, no conoce ni el lugar, ni donde están los lavabos… ¡Ay que tonta!, él tendrá uno privado en su despacho. Ni donde está la máquina del café…  ¡Ah no!, que se lo llevarán bien calentito en cuanto marque una tecla del teléfono.

Llegará allí, se sentará en su mesa (los más cursis colocarán la foto familiar), se dará un par de vueltas en su sillón, como si estuvieran en un tío vivo, mientras contemplan la panorámica del despacho, mirará por la ventana la privilegiada vista que se enmarcará como un cuadro digno del Museo del Prado (no nos olvidemos que estamos en Madrid), y posiblemente se distraerá abriendo los vacíos cajones de su mesa. Y  ¿cuándo empezará a trabajar? ¿Quien le dará el trabajo?

El otro día escuche en una radio “seria”,  algo que me dejó estupefacta. Aseguraban que los antiguos ministros se llevaban toda la documentación relativa a su ministerio. Es decir, todo el trabajo realizado, o pendiente de realizar.

“Si hombre, encima que me echan voy a dejarle a mi enemigo todo lo que llevo trabajando desde hace meses. ¡Y una porra!” .

Lo que tengo muy claro es que, como siempre, el jefe, si no tiene un gran equipo detrás, no vale nada.

Los ministros, si no fuera por toda una serie de trabajadores, hartos ya de ver pasar caras nuevas cada cierto tiempo, que saben perfectamente todo lo que conlleva ese ministerio, serían unas simples figuras decorativas.

A todos los nuevos ministros y ministras (que manía les ha entrado ahora. La lucha por la igualdad se demuestra con otras cosas) les deseo lo mejor. Primero, por mi propio bien y el de los míos, y luego por el de ellos, que ¡pobrecitos!, de entrada, no me han hecho nada malo. Por ahora.

Màxim Huerta comparte conmigo la pasión por las letras. Es un excelente escritor,  y espero que la magia de la literatura, y de la felicidad que proporciona el dejarte llevar por tus propios personajes y por sus historias, contribuya a que consiga colocar la cultura en este país, en el lugar que le corresponde. Un país que le da la espalda a la cultura está abocado al fracaso y a la mediocridad.

Lo del deporte…. Lo vamos viendo ¿vale?

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