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Alfredo Pérez Rubalcaba consigue acallar los insultos por un día

Siempre que ocurre un acontecimiento así, como el de ayer, no puedo dejar de pensar en unos de los refranes preferidos de mi madre: “Dios de libre del día de las alabanzas”. De ese fatídico día en que de repente, de golpe, por arte de birlibirloque, te conviertes en una persona maravillosa, generosa, simpática, altruista y hasta guapa.

Ese día en que, solo por unas horas, (no os hagáis ilusiones, que ese alucinógeno efecto dura lo que se tarda en que te echen la tierra encima o te conviertan en ceniza), ya nadie se acuerda de los defectos, y mucho menos reconoce como propias las críticas vertidas, a veces con ferocidad, sobre la persona que descansa, de cuerpo presente, al fondo del velatorio.

Sin embargo, y afortunadamente para el equilibrio de la raza humana, hay ocasiones en que todas las alabanzas y los sentimientos son reales. En que no hay que romperse la cabeza para encontrar alguna palabra positiva, o algún hecho a recordar que haya contribuido a la mejora de nuestro humilde mundo. Hay personas que son capaces de conseguir que, por unas horas, los insultos, los menosprecios, las envidias y los rencores desaparezcan, porque hay una causa común: el dolor por la pérdida de un ser especial.

Personalmente, Alfredo Pérez Rubalcaba fue una hombre que siempre despertó en mi una gran simpatía. No entiendo de política. Por supuesto, más que saber lo que quiero, tengo muy claro lo que no quiero, pero la política, en sí, y los políticos me aburren. Sobre todo los de ahora. Me parecen robots. Todos cortados por el mismo patrón. Todos hablando igual, cada uno con su discurso. Todos luchando porque su voz se escuche, no mejor, si no más alto. Todos sin el más mínimo respeto al oponente, y con el único objetivo de encontrar mucha mierda debajo de su alfombra para poder publicarlo a los cuatro vientos. ¡Ay cuando esa mierda el viento te la devuelva…!

Por eso Pérez Rubalcaba fue un político con mayúsculas. Político por devoción, no por necesidad de dinero o de poder, porque él ya tenía, a diferencia de los “robots” de ahora, una profesión a la que regresar cuando lo considerara oportuno.

Ayer sus alumnos hablaban con auténtica emoción y respeto al recordarlo, y sentían que se habían quedado un poco huérfanos. Qué importante es encontrar ese referente en la época en que de nuestras decisiones depende nuestro futuro.

Viendo la televisión ayer comprobé con satisfacción que cuando la persona es grande, cuando el personaje es de los que dejan huella en la historia, como en Fuenteovejuna, todos vamos a una. Las diferentes cadenas trataron la triste noticia con un tratamiento exquisito. En algunas de ellas, parecía que caminaran por las imágenes como de puntillas, para no hacer ruido, para no molestar al que está dormido.

Seguro que Alfredo Pérez Rubalcaba está comprobando emocionado la huella que ha dejado. El trabajo bien hecho.

Él no era un hombre de glamour; de chupar cámara o de dar un codazo en la foto para ponerse delante. Recordaron en casi todos los programas su despedida el año 2014 del Congreso, y me enterneció el rubor que le produjo ver a todos sus compañeros de escaño, fueran o no de sus ideas, aplaudiéndole y rindiéndole su último homenaje político.

Estamos en lo de siempre, ¿por qué se tienen que ir tan pronto personas que valen tanto y se quedan los que solo sirven para vomitar frustraciones y maldades, o para sesgar la vida de quienes le recuerdan que no son más que repugnantes alimañas?

Desde aquí, desde este sencillo blog, desde la admiración que me provocan las personas que tienen algo qué decir, y saben cómo hacerlo, mi más cariñoso recuerdo a un hombre sencillo.

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