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Agosto, o la terrible sensación de orfandad

Faltan tres días; tan solo tres días para que comience Agosto. Un mes cuyo solo nombre, para miles o millones de personas, es sinónimo de ilusión por la llegada de las merecidas vacaciones, o al menos del merecido descanso.

Agosto abre las puertas a todas esas cosas, que durante el año se han ido reprimiendo, con mejores o peores resultados. Con el calor llaga la desinhibición. Apetece ir más destapado. Mucho más destapado. Apetece hacer más el amor, o como cada uno quiera llamar a esa liberación de testosterona. ¡Ay las siestas veraniegas!

Sí, Agosto es idílico, para  una parte de la sociedad.

Yo, por llevar la contraria, estoy en la otra parte. Quizás porque, voluntariamente, jamás he hecho vacaciones en este mes, lo único que me provoca su solo pensamiento, es una terrible sensación de orfandad; de sentirme sola y desprotegida.

En Agosto parece que medio mundo desaparece: la familia, los amigos, los vecinos,  los tenderos… Tenemos la impresión que se apaga el interruptor de la vida cotidiana; del día a día en el que nos movemos con comodidad y tranquilidad.  (Rutina=equilibrio).

En Agosto la propia sociedad nos obliga a cambiar los hábitos, queramos o no.

Cuando solo faltan tres días, empiezo a rezar y a poner velas a todos los santos; como nunca sé cuál es el encargado de cada cosa, por si acaso, se la pongo a todos.

Velas para que, en estos treinta y un días, no necesite un médico, porque la respuesta cuando llame a mi mutua (de la seguridad social, ni hablamos) será la misma: “Pero ya hasta septiembre nada. No visita ninguno”.

Velas para que no me dé un dolor de muelas, o se me tuerza un tobillo, porque si consigo que alguno me visite en un centro de urgencias, me encontraré con el suplente, que suple al que suplía al médico titular.

Velas para que a mis dos perras no les pase nada. Mi querida Pilar tiene todo el derecho del mundo a coger tres semanas de merecidísimo descanso, pero yo, a partir del próximo lunes,  estaré tachando en el calendario los días que faltan para que vuelva, como si fuera un preso anhelando su puesta en libertad. A Pilar, gracias a Dios no suelo “usarla” mucho, pero sé que está ahí. Y es que los veterinarios son, para los que tenemos mascotas, como los pediatras para los papás.

Empezaré a poner velas para que no se me estropeé ningún electrodoméstico. ¡Por favor, por favor!, que la lavadora no comience a perder agua; o la nevera a no enfriar, porque ahí sí que, directamente, más vale ir a comprar una nueva.

Comenzaré a ir por la vida de puntillas, deseando ser casi invisible, para que esas fuerzas inoportunas que nos controlan, ni se enteren que existo.

Agosto, mes en que hasta los programas preferidos de radio y televisión desaparecen, o toman sus riendas sustitutos, la mayoría de veces con mucho menos bagaje, y muchas más ganas de destacar, mezcla esta que puede resultar explosiva, según en qué manos caiga.

Si hasta mi querido Jordi Hurtado se va de vacaciones…

Uno de mis ritos, de feliz mujer “libre”, consiste en después de comer, prepararme un café con hielo, de los especiales de Nespresso, sentarme en el ancho brazo del sofá, con una extraña postura de medio yoga que me gusta mucho, aunque casi siempre acabo con una pierna dormida, y ver “Saber y ganar”; el programa de preguntas más longevo de la televisión. La mayoría de ellas, imposibles de responder para mentes medianas como la mía, pero que me distrae y, de vez en cuando, aprendo algo. Pues hasta eso que, al fin y al cabo, son programas grabados, también se van. Supongo que  a partir del lunes tirarán de hemeroteca.

En fin, no puedo nadar contracorriente. El tiempo es el tiempo, y hay que dejarse llevar por sus aguas.

Pero como hay una parte de mi que siempre ve la botella medio llena, pienso que ya queda menos para salir un día a la calle, y encontrarme con este maravilloso cartelón, de unos grandes almacenes, que me hará dar un brinco de alegría en el corazón: LA VUELTA AL COLE.

A los que vais a disfrutar de este mes de Agosto haciendo un paréntesis en vuestra rutinaria vida: ¡Felicidades! Disfrutar mucho, y dejaros llevar. A ver si conseguís llegar al maravilloso estado de aburrimiento temporal, aunque solo sea por unos minutos; será señal que no estáis haciendo nada. Il dolce far niente. ¡No saben nada los italianos!

Y a los que seguís trabajando, o seguimos en nuestras casas, con nuestra vida cotidiana: ¡Paciencia! Al menos, disfrutemos de las horas de claridad y, ¿por qué no?, de las maravillosas “siestas veraniegas”.

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