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A todos los hombres de buena voluntad

¿Qué se puede decir de estas fechas que no se haya dicho ya?

Gente a favor; gente en contra.

Gente entusiasta; gente apática.

Gente alegre; gente triste.

Lo que no se puede negar es que la Navidad remueve, como una gigantesca pala, todos los cimientos de las emociones. Lástima que la mayoría de ellas estén provocadas por una devoradora sociedad consumista.

En esta fecha se produce una especie de histeria colectiva, muy bien orquestada por los medios de comunicación que, sin piedad, nos bombardean con los anuncios que a ellos les darán de comer, y en donde todos, quien más quien menos, acabaremos cayendo.

Pero a mí, lo que me sigue molestando, a pesar de los muchos años cumplidos, ya no es esta fiebre de comprar por comprar (hasta que explote la VISA), y de comer por comer (hasta que explote nuestro estómago), si no esa máscara de felicidad y de “buen rollo” que parece que todo el mundo esté obligado a colocarse en la cara, justo en el momento en que acaba de bajar la última bola premiada del Bombo de Navidad.

Naturalmente que habrá miles, millones de personas que en estas fechas serán felices porque se rodearán de los suyos o volverán a reencontrarse con quienes quieren. Por supuesto que, sobre todo en los hogares donde haya criaturas, la luz entrará a raudales por cada rincón de la casa, y el impagable sonido de la risa de un niño rebotará por las paredes. Pero… también habrá miles, millones de personas a quienes sus hogares se les llenarán de tristeza, recuerdos y melancolía, que se auto invitarán durante todas las fiestas y que en ocasiones, hasta presidirán las,  a veces,  solitarias mesas.

A todos ellos me gustaría enviarles mi cariño y mi fuerza. Decirles que no están solos, que nos son bichos raros por sentir como su corazón se atenaza al escuchar un villancico. Que ningún estudio científico ha demostrado que las personas que en estos días no rían, ni coman y beban y gasten como locos, o estén sentados en una mesa con veinte comensales más, pertenecen a un colectivo de “enfermedades raras”.

Yo mañana no tendré que pedir a ningún vecino que me preste una silla, ni tendré que poner un anexo a la mesa del comedor, ni comprobaré horrorizada que me faltan platos de la misma vajilla. Pero, sin embargo,  sé que mañana, tanto mi hermana como yo, aparcaremos las preocupaciones o las penas o los dolores, de aquí de allá, en el rellano de la escalera, y la cena estará llena de armonía, junto con nuestros tres queridos perros.

Sé que todo estará muy rico. Sé que no habrá conversaciones incómodas (como presiento que ocurrirá en muchas mesas este año). Sé que cualquier regalo, aunque sean unos calcetines de los chinos, provocaran un: ¡Oh que bonitos! Sé que, como mi hermana tenga la noche inspirada, acabaré con un ataque de risa.

Porque, a veces, para ser feliz no hace falta cantidad si no calidad.

Amigos, gracias por seguir a mi lado. Os siento muy cerca. Hagamos todos un brindis “virtual” y pidamos que, ni mañana ni ningún día, nadie se sienta, ni solo, ni mucho menos abandonado por una sociedad a la que el sufrimiento ajeno parece que  le produce urticaria.

Os quiero mucho.   ¡Feliz Navidad! Bon Nadal!

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