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El cuento de la anciana que dormía en Navidad

Érase una vez que se era….. 

El ratoncito Roquefort estaba muy contento: Iba a celebrar su segunda Navidad.

Siempre veía la vida de color de rosa. Todo le asombraba y le entusiasmaba. Su  mamá siempre le decía que vivía en un mundo de fantasía y que la realidad no era así, pero él le sonreía, le tiraba un poco de los bigotes y salía corriendo silbando alguna cancioncilla.

Recorría todos los pisos curioseando cómo se iban preparando para esos días tan maravillosos. Le llamaba mucho la atención que cuanto más sencillo eran los hogares con más ilusión los decoraban.

Como siempre acababa su tour navideño en el entresuelo segunda, la única casa donde no había ni una sola bola, ni una sola guirnalda: la casa de Doña Aurora.

Roquefort le tenía muchísimo cariño pero a la vez le daba mucha pena. Durante todo el año era una persona amable, alegre, conversadora y siempre con una bella sonrisa en los labios. Pero, a medida que se iba acercando la Navidad, comenzaba a cambiar. El ratoncito estaba convencido que hasta se hacía más pequeña. La luz que normalmente tenía en sus cansados ojos se iba apagando, y las palabras que salían de su boca eran cada vez más escasas.

Desde el día 24 de diciembre su puerta permanecía cerrada hasta el día 7 de enero. Nadie entraba y nadie salía. No se escuchaba ningún ruido. El silencio era absoluto, como si allí no viviera nadie o como si quien habitara en aquella casa durmiera durante todas las fiestas.

En su primera, Navidad Roquefort entró en su casa y se acercó al sillón donde descansaba la anciana que al verlo le sonrió.

-¿Quién eres tu pequeñín?
-Me llamo Roquefort señora. Y usted ¿cómo se llama?
Aurora. Pero… no puedes estar aquí, te tienes que marchar a tu casita.
-Ya, ya, si solo he venido para saludarla. Son mis primeras navidades ¿sabe? ¿Le gusta a usted la Navidad?
-No, por eso duermo. Me tomo una pastilla mágica y la Navidad desaparece de mi vida.
-Pero…¿por qué? Si es muy bonita.
-Para mí ha dejado de serlo. ¡Adiós Roquefort!

Este año cuando entró por el agujerito secreto, se dio cuenta que un halo de infinita tristeza llenaba toda la casa.

La encontró igualmente sentada en su butaca. Lo miró y moviendo negativamente la cabeza de nuevo le sonrió.

-Eres terco ¿eh? Sabes que no quiero que venga nadie. 
-No la voy a molestar. Solo quería saber si también este año….
-Llevo meses soñando con este día. 
-¿Ah sí….?

Roquefort comenzó a toser, estaba un poquito constipado.

Doña Aurora se levantó con mucha dificultad para traerle un dedal con un poco de agua. Él se subió en la butaca y atraído por la cajita que contenía la pastilla mágica se acercó a ella y la abrió. Sintió una punzada en su pequeño corazón y los ojos se le llenaron de lágrimas. La anciana llegó en ese momento y le recriminó, aunque con cariño, su curiosidad.

-No tenías que haberla abierto. No es tuya. Eso está muy feo-
Lo siento Doña Aurora, pero…. en la cajita….hay…dos pastillas mágicas.
-Lo sé pequeño, por eso deseo con todas mis fuerzas que llegue ya la medianoche. Será el momento de  tomármelas.
-Pero….. si toma dos pastillas mágicas….. ya nunca se despertará ¿verdad? 
-Verdad, pero seré feliz para siempre. Roquefort, no te preocupes, me voy a ir a un sitio maravilloso donde ya me están esperado todos mis seres queridos.
-¿Todos? ¿Se va a una casa más grande?
-Mucho más grande. 
-¡Vaaaaya! Y ¿ya no estará sola?
-No, mi querido amiguito. Volveré a estar con mis padres, con mis hermanos, con mis abuelos…
-¿Abuelos? ¿Cómo puede tener abuelos? Los abuelos son muchiiiiisimo más mayores que los nietos y usted…
-Ja,ja,ja. Roquefort, yo también fui niña una vez ¿sabes? No siempre he sido una anciana.

El ratoncito se quedó pensativo, no acababa de asimilar tanta información. No quería que Doña Aurora se marchara a la otra casa. Él la quería mucho y pensar que no la volvería a ver le hacía sentir algo muy extraño en el estómago. Como si le estuvieran apretando.

-Nos vamos a quedar todos muy tristes, le dijo para intentar disuadirla. No entiendo por qué se quiere ir.
-Porque estoy muy, muy cansada. Tengo muchos años y el futuro me asusta. Ya no hay nada aquí que me retenga. 
-¿Nada? Y ….¿si le traigo un trocito de pastel? Mis papás lo guardan para esta noche, pero puedo coger un pedacito y seguro que no les importa. Es de la pastelería de la plaza. 
-¡Vaya, vaya! No tenéis mal gusto. Allí está todo muy rico.
-Entonces ¿se lo traigo? Nos lo comemos juntos ¿vale?
-No, no, gracias, pero….espera que tengo algo para ti. No te muevas y no te acerques más a la cajita ¿de acuerdo?
-No me muevo.

Mientras Doña Aurora se dirigía lentamente a la cocina Roquefort notó una especie de corriente de aire. No sabía de dónde venía. Era como cuando te soplan en la nuca. El ratoncito se volvió lentamente y sus ojos y su boca se abrieron  mientras intentaba tragar saliva. No le asustaban, pero le imponían un gran respeto. Allí estaba toda la familia de Doña Aurora que venía a llevársela a la gran casa. Eran personas con un semblante tranquilo y feliz que resplandecían como si llevaran una luz detrás.

Todos le sonrieron. Roquefort se armó de valor y fue hacia ellos.

-¿Ya? preguntó con tristeza.

Cuando iban a responder afirmativamente, un tímido golpecito en la puerta de la entrada hizo que todos se giraran. La puerta se abrió dócilmente y en el umbral apareció la menuda figura de Hannia (la pequeña negrita del primero segunda) cogida de la mano de su madre. Ambas esbozaban una amplia sonrisa.  Con pasitos discretos se adentraron en el comedor. No vieron a los invitados que las miraban con curiosidad, pero sí a Roquefort que, contagiado por su simpatía, también les sonrió.

-Hola Roquefort, le dijo la niña, ¿está Doña Aurora?
-Sí….. ha ido a buscar una cosa para mí…. Hoy es su último …..
-Venimos a decirle, le aclaró la madre con voz emocionada, que si quiere celebrar con nosotros la Nochebuena. Nos haría muy feliz que compartiera nuestra mesa. No habrá grandes lujos pero todo está hecho con mucho amor. Estamos muy lejos de nuestras familias y a ella le tenemos un gran afecto. 
-Y yo cuando estemos con ya con los dulces, le voy a bailar un baile de mi país. Llevo ensayándolo todo el día. Querrá venir ¿verdad? ¡Por favor, por favor!

El ratoncito en aquel mismo momento dejó de sentir la corriente de aire a su lado. Se volvió, miró hacia donde estaban los familiares de Doña Aurora y….¡Se habían ido! Quizás, no era todavía la hora.

Roquefort emocionado comenzó a bailar y a saltar. Cuando la anciana salió de la cocina con un gran trozo de rico queso, se tropezó con él. Sorprendida miró a la niña y a su madre quienes, sin palabras, le transmitieron  todo el cariño que tanto necesitaba.  

Dirigió la mirada hacia la cajita que contenía las pastillas mágicas, la cogió y la guardó en un cajón.

-Este año ya no me va  hacer falta, dijo con una enorme sonrisa. ¿Verdad pequeño?

Y Roquefort, recordando una frase que siempre decía su mamá, se dirigió hacia su agujero secreto, lleno de alegría:

«Mientras haya un solo ser que nos quiera, vale la pena vivir»

Y colorín, colorado, este cuento de Navidad….¡se ha acabado! 

Que seáis muy felices. 

7 comentarios en “El cuento de la anciana que dormía en Navidad

  • Mi más enhorabuena Alicia, lo has bordado, este cuento representa la Navidad en MAYÚSCULAS, es un relato tierno, real y con mucha sensibilidad.

    Necesitamos más gente como TÚ en el mundo que nos impregne de esos valores que TÚ tienes.

    Feliz Navidad para todos y recordar realmente lo que se celebra este día de NAVIDAD ya que su espíritu no es material. Un besito muy grande Alicia.

  • Ojalá volviéramos a tener ese espíritu de antes y dejáramos todo lo material en un cajón. Y que no se te olvide… si escribo es para personas como tu. Un beso amiga y muchísima felicidad para tu querida familia.

  • Un cuento precioso, muy propio para estos días en los que la Navidad entra a raudales en los hogares de todo el nundo. Aurora representa a tanta gente, que me atrevería a decir, que representa en gran parte lo que son estas Fiestas, o mejor dicho deberían ser, AMOR. Para mí el mensage es claro, este mundo está falto de amor, el amor lo puede y lo cambia todo y sobre todo dia PAZ.

    Alícia, gracias por esta reflexión que todos sabemos y pensamos pero preferimos no afrontar. Nadie debería estar solo nunca, no porque sea Navidad. FELIZ VIDA.

  • Querida Alícia, que historia más bonita y real. Estamos en la recta final de las fiestas de Navidad, pero no quería perderme esta historia tan maravillosa y real que has escrito. Un Beso lleno de fuerza para que en este año que empieza sigas escribiendo y deleitándonos.

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