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16 de noviembre (Las hojitas del calendario – Relato para leer con optimismo)

El mes pasado, en el segundo escrito que publiqué dentro mi recién nacido blog, os dije que iría publicando trocitos de esta pequeña narración de solo 18 hojas, que escribí para un concurso el año pasado. Alguno de vosotros me ha “tirado de las orejas” porque todavía no lo he hecho. Pues, ¡aquí va! Ya me diréis si os gusta. Para no aburriros lo haré en tres entregas.

(Primera parte)

La historia de todas nuestras generaciones pasadas y venideras empieza más o menos en la misma época del año. Esos días ajetreados, histéricos, en los que parece que nada es real, en los que los relojes comienzan una danza acelerada devorando los minutos con más ansia que el resto del año.

Esa época en la que todo el mundo tiene, casi por obligación que llevar una permanente sonrisa tatuada en los labios. Esa época en la que finalmente la única conversación que se escucha en autobuses, metros, salas de espera de la seguridad social, colas de los supermercados, etc,etc,etc es:  

-¿Qué pondrás en Nochebuena?

-¿Con quién os toca comer en Navidad?

-¿Cuántos seréis para fin de año….?

Esa terrible época para las almas solitarias que no saben dónde esconderse para no tener que reconocer, un año más, que no les importa lo más mínimo la comida de Navidad. Que no les hará falta pedir sillas prestadas a los vecinos porque, en esa maravillosa cena de fin de año, con un racimo de uvas tendrán más que suficiente para brindar por el nuevo año y para comer uvas durante cuatro días seguidos. Y ¡que malas suelen ser las uvas en diciembre!

Almas que lo único que están deseando con todas sus fuerzas,  es que llegue el “maravilloso” 7 de enero.

Pues bien, en esa época de gasto desmesurado y compras compulsivas, esperamos pacientemente ordenadas, limpitas, oliendo a nuevo, perfectamente colocadas en los correspondientes estantes a que una mano se acerque a nosotras mientras dice:

-¡Uf!, que no se me olvide el taco del Sagrado Corazón, que si empiezo el año sin él, me dará mala suerte.

Y delicadamente nos coge, nos hace un rapidísimo examen para ver si estamos todas las hojitas, levantándonos las faldas a un velocidad que, gracias a que estamos bien pegadas por la cabeza no salimos disparadas como hojas que se lleva el viento, y después de comprobar??????? que no falta ningún lunes, ni martes y que por detrás llevamos una divertida historia, o una adivinanza, o una de aquellas bonitas frases que se repite una y otra vez hasta hacerla propia, nos pone en el mostrador y a la pregunta de la dependienta, un poco absurda por otra parte, de:

-¿Lo quiere para regalo? (ya ves tú, qué regalo) dice muy orgullosa.

-No hace falta. Me lo regalo yo misma. ¡Ole!  

En el mismo estante que las del Sagrado Corazón, hay también otras colegas que forman parte de calendarios divertidos, con mensajes, con frases de auto-ayuda y hasta con imágenes de hadas y de estrellas.

Es en esa famosa cena de fin de año, justo cuando cae la última bola del reloj de la Puerta de Sol, justo después del primer beso del año, abrazo, lágrima furtiva, deseo de cosas maravillosas para ese “bebé” que acaba de nacer, cuando nacemos nosotras. Bueno, para ser más exactos, nace la primera de las hojitas de ese calendario. La más famosa de todo el año. La que parece que rompe con todo lo malo del año anterior y tiene la obligación de entrar con el pie derecho, trayendo, amor, trabajo, suerte, alegría y, por pedir…. un pellizquito en la lotería del Niño porque en la de Navidad,¡ ni el reintegro!

La hojita del día 1 de enero es muy respetada por todas las 364 o 365 hojas restantes (dependiendo si ese año es bisiesto). Es la que nos va abriendo el camino y la que nos dará la primera información de cómo ha sido su larga vida de 86400 segundos.

Las hay menos optimistas y acortan su vida a 1440 minutos y las hay que simplemente reducen su existencia a 24 horas.

Al final del día cuando ese último segundo va a caer ya en el pasado es cuando se da la alternativa al día siguiente y la que llega, nos hace un breve resumen, o una extensa disertación, dependiendo de lo pesada o concreta que sea la hoja, de todo lo acontecido.

Hay hojas que nacen ya, como vulgarmente se dice, con la flor en el culo. Las del sábado, las de los puentes, las de las vacaciones, las de los cumpleaños, las de los bonitos recordatorios.

Otras que su suerte cambia según las horas:

Las de los viernes empiezan su existencia más o menos como las demás, pero con un ápice de extraño entusiasmo que va aumentando a medida que va pasando el día, para llegar a su máximo apogeo a partir de las siete de la tarde.

Las del domingo es al revés. Empiezan su andadura con ganas de hacer cosas, con motivaciones, con proyectos de playa, paseos, vermucitos, comidas apetitosas, a ser posible abundantes, y hasta maravillosas siestas de dos horas.

Pero a medida que va cayendo la tarde, el humor de la mayoría de las personas a las que dedicamos nuestras vidas, va cambiando. De la alegría a la seriedad, de los cánticos a los silencio, de los: ¡Ay que día más chulo!, a ¡vaya mierda, ya son las ocho!

Con el tiempo y las miles y miles y millones de experiencias que llevamos a nuestras espaldas, nos hemos dado cuenta que a partir más o menos de las ocho de la noche del domingo, la única imagen que les viene a la cabeza es la del trabajo del lunes.

¡Ay los lunes! Nadie quiere pertenecer a este grupo. Son solamente unas 48 o 50 hojitas, pero son las apestadas. Como las castas en la India, pues algo así.

Ellas  no tienen ninguna culpa de ser las primeras de la semana. Nacen con la misma ilusión y las mismas ganas de hacer felices a sus “personas” que las de los viernes, pero por más que se esfuerzan, difícilmente consiguen algo que no sea una mala cara o un gruñido.

Hay veces que llegan al final de la noche absolutamente abatidas, y con una sensación de fracaso que se llevan a la tumba.  Por más que las intentemos animar diciéndoles que ellas son igual de válidas que las demás y que han hecho todo lo posible porque aquella persona hubiera sido feliz, no lo conseguimos.

Y es que ¿por qué  todas las desgracias o infortunios hay que achacarlo a los lunes, cuando, la mayoría de veces, por no decir siempre, el lunes no tiene la culpa de tu falta de organización o poca inteligencia?

Si te levantas de mal humor, con sueño, medio dormido y sin poder abrir los ojos, intenta acostarte un poco antes el domingo y dormir tus siete u ocho horitas reglamentarias. Si te levantas descansado, te enfrentas con más fuerza a todo.

Si… ¡Mierda de lunes!, tengo la camisa arrugada y ahora ¿qué coño me pongo?”….. pues haberla planchado durante el fin de semana que seguro que has tenido algún momento.

Si… ¡Empezamos bien el jodido lunes!, porque se te han quemado las tostadas, no quieras estar en cinco sitios a la vez. Si mientras se están tostando, tú te estás secando el pelo, o afeitándote, o pintándote los ojos, o encendiendo el móvil y comprobando si te han mandado algún whatsApp durante la noche, seguro que las tostadas llevan ya una hora achicharradas cuando las saques de la tostadora. ¿Ha tenido la culpa el lunes de comerlas churruscadas? No, has tenido la culpa tú por querer abarcar todo.

Si la gente se parara por un momento a pensar que cada día que nace, cada hojita que se desprende del calendario, es tu amiga. Que es  algo que formará parte PARA SIEMPRE de tu vida. Que es una oportunidad única que ya no volverá jamás, para disfrutar de las miles de cosas que te rodean….. ¡cómo aprovecharíamos más nuestra existencia!

3 comentarios en “16 de noviembre (Las hojitas del calendario – Relato para leer con optimismo)

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