info@alicialakatosalonso.com

Un espíritu en mi sofá – Primer capítulo

Hubo una época de mi vida en que me llegué a preguntar: «¿Seré yo la muerte?».

Pero la muerte… ¿es mala? Seguro que todo el mundo piensa que sí.

¿Y por qué es mala? Porque es el final al que estamos temiendo desde que nacemos. Es la separación definitiva de todo aquello que nos arraiga a la tierra.

La muerte nos da miedo, entre otras cosas, por el dolor físico que la acompaña; pero no es cierto. El dolor, el sufrimiento, va antes que la muerte. La muerte no duele. El verdadero dolor de la muerte es la terrible sensación de soledad. ¿Por qué nos da pánico que muera alguien a quien queremos? Porque nos va a dejar solos; sin su compañía, sin su voz, sin su presencia. Porque no podemos concebir, sin volvernos locos, que nunca más podremos tocarlo, abrazarlo, besarlo… Curiosamente, cuando ese ser querido está vivo, muchas veces, tampoco lo hacemos.

Si nos aseguraran: «Cuando mueras, nadie va a sufrir. Tu madre seguirá cocinando ese arroz caldoso que tanto os gusta; tu her- mana seguirá haciendo el loco buscando el amor; tu padre seguirá planeando de un año a otro las «temidas» vacaciones familiares; tus amigos seguirán divirtiéndose; tu novia seguirá volcada en su profesión, por la que tanto ha luchado; tu perro seguirá tan tranquilo, y dará saltos de alegría cuando tu tía, que se lo ha quedado porque le encantan los animales, lo saque a pasear»… Si nos aseguraran que el mundo iba a seguir exactamente igual que el día anterior, sin la más mínima alteración emocional, posiblemente la figura de la muerte perdería su maléfico poder. Lo que nos destroza es pensar en el padecimiento que generaremos a los que amamos, cuando ya no estemos.

La vida es un curioso interruptor: Click, naces: ¡La luz se hizo! Clack, mueres: ¡La luz se apagó! Click. Clack. Así de sencillo.

Y yo, ¿qué papel juego? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?… ¿Por qué yo sí?